“La existencia humana, aunque siga un hilo de continuidad, es discontinua, con sucesivas etapas y momentos en que nos enfrentamos a nuevos retos. Desde el nacimiento hasta el final de la vida hay una sucesión de cambios constantes: siempre estamos en proceso de ser algo nuevo, distinto, de trascendernos. La tendencia central del ser humano es la búsqueda de un sentido para su existencia. La formación de la persona es posible en la medida en que esta supere las crisis típicas que se le vayan presentando a lo largo de las distintas fases de la vida y le den sentido a su recorrido vital.

La característica común a todas las crisis es su carácter súbito y, generalmente, acelerado. Las crisis no surgen nunca de forma gradual y parecen ser siempre lo contrario a toda permanencia y estabilidad.

En todas las crisis de la vida se presentan, al mismo tiempo, el peligro y la oportunidad. La persona no vive prisionera de una personalidad forjada para siempre durante la infancia o la adolescencia, sino que cambia con el tiempo, por lo que las posibilidades de éxito ante una crisis son casi limitadas. Otra de las características de la crisis es que, usualmente, tan pronto como esta aparece, el ser humano busca una solución para salir de ella. Puede decirse por ello que la crisis y el intento de resolverla se dan simultáneamente.

Dentro de los caracteres comunes en las personas hay múltiples diferencias a la hora de afrontar las crisis. Algunas crisis son más comunes que otras: Son las típicas para las cuales hay soluciones prefabricadas. Otras son de carácter único y exigen para salir de ellas un verdadero esfuerzo de invención y de creación. Algunas crisis son efímeras, otras son más permanentes; sabemos cuándo empiezan pero casi nunca cuándo terminan. También la solución a la crisis puede ser de muy diversos tipos, siendo en unas ocasiones provisional y en otras definitiva.

Tradicionalmente, desde la psicopatología de la reacción y el trauma, se ha diferenciado entre acontecimientos vitales (todos pasamos por ellos) y traumáticos (desencadenantes de las crisis). Desde el ámbito psicológico se reconoce que los acontecimientos críticos, tales como: divorcios, pérdida de un ser querido, pérdida de empleo y cambio de residencia, son acontecimientos que entran dentro de la experiencia humana común pero que, en algunos casos, pueden precipitar una crisis y que,  cualquier caso, exigirán un gran sobreesfuerzo de adaptación por parte de la persona afectada.

Tal vez lo más interesante de las crisis es que obligan a la persona a conectar con su propia historia cronológica, a detenerse y a hacer balance (tomar perspectiva, repasar su tabla de prioridades, redefinir sus deseos…) de su trayectoria vital. En un mundo capitalista donde, como individuos mal interconectados y egoicos, nos desparramamos en la búsqueda de las satisfacciones inmediatas (anclados en la pulsión por el ahora, sin pasado ni futuro), contemplamos indefensos cómo nuestro campo temporal se empobrece tremendamente. La falta de tiempo se ha convertido en algo así como una enfermedad cultural (un dicho africano señala que todos los blancos tienen reloj, pero nunca tienen tiempo), una carencia esencial que nos vuelve completamente incapaces para aprender del pasado y para proyectarnos en el futuro. Se trata del fenómeno, repetidamente analizado, de la contracción del espacio tiempo de las sociedades modernas. Cada vez deambulamos más por no-lugares, espacios sin identidad ni historia (grandes superficies, aeropuertos, centros comerciales, supermercados…), haciendo gala de una personalidad solitaria, provisional y efímera. Es lo que bien define el filósofo Zygmunt Bauman como “modernidad líquida”, que designa el estado fluido y volátil de la actual sociedad, sin valores demasiado sólidos, en la que la incertidumbre por la vertiginosa rapidez de los cambios ha debilitado los vínculos humanos y donde los nexos son frágiles y caducan demasiado pronto como para ayudarnos a entender el sentido de nuestros días.

Las Bio-Crisis nos ponen en el centro de nuestro ser y nos obligan a revisarnos como seres humanos. En virtud de éstas se abre una especie de abismo entre un pasado- que ya no se considera vigente ni influyente en la vida presente- y un futuro que todavía no está constituido. Las crisis nos obligan a mirarnos, a vivir en nuestro tiempo, a narrar nuestra historia personal”