En toda acción percibida como crítica, injusta, violenta, y/o dolorosa, intervienen tres elementos:
• La herida o daño o perjuicio causado con la acción violenta.
• La deuda, dolor o sentimientos negativos (ira, frustración, amargura, odio, rencor, culpa) que acompañan el recuerdo de la experiencia y que nos engancha emocionalmente al que nos causó la herida.
• La cancelación o anulación de la deuda o liberación, que deviene de la satisfacción, reparación, reconciliación, devolución o el olvido y el perdón.
No son los hechos los que nos hacen sufrir sino el significado que le dimos al acontecimiento. Es el cómo cada quien percibe, ve, oye y siente la experiencia y como lo grava en su memoria, junto a las reacciones corporales y de conducta que acompañan a esas emociones, lo que nos hace sufrir y nos “engancha” con la situación y con aquel que nos hizo o que creemos nos hizo daño.
De cómo percibimos los hechos depende de nuestra personalidad, de nuestras experiencias, del control que tengamos sobre nuestras emociones, de la forma como enfrentamos y resolvemos nuestros problemas y de la decisión, voluntad y esfuerzo que realizamos para cambiar el recuerdo de esa experiencia vivida.
Buscar la satisfacción, reparación, reconciliación o devolución inmediata es con frecuencia imposible –o se tarda demasiado o nunca se logra–. La herida permanece abierta, nuestro dolor no se cura y nos convertimos en personas angustiadas, frustradas, amargadas, malhumoradas, temerosas, pesimistas, solitarias, obsesivas, culpables, agresivas, conflictivas y enfermas, pues el recuerdo y las emociones negativas, nos causan problemas físicos y psicológicos.
Para liberarnos de la pesada carga del recuerdo que lastima y limita debemos primero olvidar y luego perdonar. Olvidar es una de las funciones de la memoria que nos permite liberar de nuestra conciencia, el dolor que acompaña las experiencias penosas.
El tiempo para olvidar es muy personal y es involuntario. No se pueden cambiar los hechos, pero si la experiencia de los mismos. Es decir, podemos esforzarnos por transformar el recuerdo y acelerar el proceso del olvido. Transformar el recuerdo significa recordar y contemplar los hechos a distancia, neutralizando las emociones, colocándonos inclusive, en el lugar de otras personas, sin juzgar, sin criticar, sin comparar, sin compadecerse, sin pena ni culpas, eliminando toda emoción negativa que está en nuestra memoria y que determina como hemos percibido la experiencia, para así estar en capacidad de perdonar.
Perdonar es liberar de la deuda o neutralizar (olvidar) las emociones ligadas al recuerdo de la experiencia o de aquel que nos causó el dolor. Sin embargo, el perdonar no borra el daño, no exime de responsabilidad al ofensor, ni niega el derecho a hacer justicia a la persona que ha sido herida. Perdonar es un proceso complejo que solo nosotros mismos podemos hacer.
Perdonar no es aceptar pasivamente la situación, dejar hacer a la otra persona o culparse porque piensa que lo provocó. Perdonar no es olvidar o negar la ofensa y dejar que el tiempo y Dios se hagan cargo. Tampoco es culpar a otros, a las circunstancias o al destino. Perdonar no es justificar, entender o explicar por qué la persona actúa o actuó de esa manera. Perdonar no es esperar por la restitución, por una satisfacción, por alguna explicación a la conducta violenta. Perdonar no es obligar al otro a que acepte tu perdón o decirle “te perdono” para hacerlo sentir “humillado” . Tampoco es buscar u obligar a la reconciliación.
Perdonar es, en primer lugar, reconocer nuestros errores y perdonarnos a nosotros mismos. Esto es, aceptar lo que no podemos cambiar, cambiar lo que podemos y aprender a establecer diferencias, sin remordimientos, sin culpas, sin odios ni rencores. Perdonar es buscar la solución a los conflictos, apartando de nosotros, todo sentimiento negativo como el rencor, odio, culpa, rechazo, deseos de venganza, pues son sentimientos inútiles que esclavizan y crean mayor frustración, mayor desesperanza.
Cuando no perdonamos no tenemos alegría ni paz. Nos volvemos impacientes, poco amables, nos enojamos fácilmente causando rivalidades, divisiones, partidismos, envidias. Cuando no perdonamos, nuestras ideas y pensamientos se
vuelven destructivos, pesimistas, erróneos; perdemos la confianza y respeto por nosotros mismos, desarrollamos conductas que crean mayores conflictos y nuestro modo de vida y nuestras relaciones con los demás, quedan afectadas.
Cuando no perdonamos estamos permitiendo que nuestra salud, nuestro crecimiento personal, nuestro desarrollo y nuestra vida, esté gobernada por la decisión y la conducta de alguien o algo que no nos agrada o que nos ofendió o nos perjudicó.
Olvidar y perdonar nos permite en primer lugar, controlar nuestras emociones y reacciones. Eleva la autoestima, nos da mayor seguridad y confianza. Facilita la recuperación de la habilidad para aprender, discriminar y seleccionar nuestras respuestas ante situaciones futuras. Aprenderemos además, a actuar con madurez y sabiduría frente a la adversidad.
Olvidar, perdonar y perdonarnos, aunque doloroso, es deshacernos de la pesada carga de la culpabilidad, la amargura, la ira que nos embarga cuando nos sentimos heridos. Es abrir caminos hacia la esperanza de nuevas oportunidades. Es crecer y desarrollarnos como personas positivas, libres para vivir en paz y armonía con nosotros mismos y con los demás.
¿Estás list@ para perdonar? Entonces recuerda… primero tienes que perdonarte a ti mism@, después de eso, todo fluye de forma natural.
Te invito a que reflexiones, a que saques de tu corazón esos sentimientos que te agobian, que te duelen, que te destruyen e incluso, que te enferman.
Y recuerda que, cada quien es tan feliz como desea serlo.