Hay veces en la vida en que llegamos a ser  conscientes de que nuestra felicidad no debería depender de otras personas, sino que nuestra principal fuente de dicha debería residir en nosotros mismos. Puede que esta conciencia nos llegue después de una pérdida, de una relación conflictiva o de un desengaño. Nos damos cuenta, entonces, de que no hemos sido independientes emocionalmente y nos preguntamos cómo podríamos liberarnos de esas ataduras emocionales.

El qué dirán

Estar siempre preocupados, del qué dirán, es un tipo de dependencia emocional: la determinación de nuestros actos en función de las opiniones de los demás, ya sean reales o supuestas. ¿Cuántas veces nos preocupamos por lo que los otros piensan o pueden estar pensando de nosotros?

Ante esta situación, recordemos que los demás a menudo están demasiado ocupados pensando en sí mismos como para pensar en nosotros. Y, en caso de que nos estén juzgando, deberíamos comprender que si nos valoran negativamente por actuar o pensar de modo diferente, es quizá en un intento de justificar sus propias actitudes y acciones.

Está claro que nadie, por más capacidad de empatía que tenga, puede sentir nuestras circunstancias del mismo modo en que las experimentamos nosotros. Sin embargo, siempre que nos sentimos juzgados, dudamos de nosotros mismos, porque llegamos a creer que los otros pueden actuar de una forma más inteligente, más productiva o más justa. El germen de esa duda tiene sus raíces en la dependencia emocional.

Una segunda forma de dependencia emocional se da cuando tenemos una necesidad de reconocimiento por parte de los demás, porque entonces nuestra autoestima está en sus manos.

Preguntémonos: ¿Es que quizá solo estamos satisfechos de nosotros mismos si alguien nos expresa su aprobación o admiración? Si respondemos afirmativamente, debemos ser conscientes de que este tipo de dependencia puede conducirnos a la depresión, ya que nos desprovee de una guía ética firme que nos oriente en nuestras relaciones y acciones. No cabe duda de que la aprobación debe venir, en primer lugar y sobre todo, de nosotros mismos y de que la estima de los demás debe ser secundaria.

Falta de decisión.

La falta de decisión es una tercera forma de dependencia emocional. Esta se da cuando dejamos que sean los demás quienes tomen nuestras decisiones. En realidad, no hay nada de malo en que solicitemos la opinión de otras personas, siempre y cuando tengamos la objetividad suficiente para evaluar su opinión en contraste con la nuestra y no nos dejemos convencer precipitadamente.

También dependemos emocionalmente de los demás cuando tenemos dificultades para formar nuestros gustos y opiniones. Y es que nuestras ideas y preferencias deberían reflejar la persona que somos, ya que pertenecen a los campos de la ideología, el estilo de vida y los hábitos. Mientras sean otros los que formen nuestra conducta social y estética, nuestra vida no será auténtica ni placentera.

Ser incapaces de sentirnos a gusto solos es también una forma de dependencia, pues la soledad que podríamos buscar y disfrutar se convierte en la dolorosa soledad del abandono. En realidad las personas deberíamos ser capaces de encontrar un equilibrio entre pasar felizmente un tiempo en soledad y otro en compañía de los demás.

El secreto de los felices.

Obviamente, necesitamos superar cualquier forma de dependencia emocional a fin de tener la oportunidad de ser felices. De hecho, las consecuencias de la dependencia son un grave impedimento para nuestro equilibrio, pues suelen conllevar tres estados emocionales negativos: la ansiedad, la depresión y la ira.

La independencia emocional, en cambio, nos hace más fuertes y felices. Abraham maslow, un brillante psicólogo del siglo XX, estudió los rasgos de carácter de muchos “individuos autorrealizados”, es decir, personas cuyas vidas les suponían una fuente de optimismo y de satisfacción. Maslow detectó que todas ellas tenían en común, el hecho de poseer un espíritu independiente, incluso cuando sus puntos de vista eran minoritarios.

Claves para desarrollar la independencia.

¿Cómo podemos desarrollar nosotros esa deseada independencia? No podemos alcanzarla repentinamente, ni a la fuerza, ni tampoco copiarla de otros., pero en cambio, si que podemos:

  1. Entrar en contacto con nuestras propias necesidades. Reconocer nuestros sentimientos y no juzgarlos, nos ayudará a alcanzar la independencia emocional. Y es que si nos permitimos sentirlos, incluso físicamente, podremos separar lo que son necesidades de los deseos egoístas.
  2. Creer en nuestra intuición. Las intuiciones revelan nuestro yo interior más sabio, por lo que pueden ayudarnos a descubrir nuestras verdaderas prioridades.
  3. Confiar en los principios que reflejan nuestros valores más profundos. A menudo consisten en creencias políticas, religiosas o éticas que deberíamos considerarlas detenidamente, y no adoptarlas de un modo superficial solo porque sean ideas atractivas o porque están de moda.
  4. Recurrir a nuestra experiencia pasada. Nuestra trayectoria vital es fuente de importantes lecciones, especialmente a través de los errores cometidos.
  5. Aceptar la imperfección. La vida, los demás y nosotros mismos somos imperfectos. Aceptar este hecho incluye la capacidad de ser tolerantes, pero también la de reírnos de nuestros errores.

El mejor recurso para alcanzar la independencia emocional consiste en desarrollar la autoestima. Y es que contar con una buena autoestima nos permitirá actuar con seguridad, disfrutar de la soledad, mantener nuestras opiniones, reafirmar nuestros gustos y tomar decisiones sin dejarnos llevar por nuestros miedos.

Espero que este artículo resuelva algunas de las dudas que estás teniendo para volver a tomar las riendas de ti misma (o), de tus decisiones, de tus metas, de tu proyecto de vida y, recuerda que nada ni nadie es responsable de tus propias acciones y decisiones, por lo tanto el mayor compromiso para lograr tu independencia emocional es  SER SIEMPRE TU.